¿Cómo sería tu vida si pudieras triplicar tus resultados? Sí, imagínate por un momento que puedas triplicar tus ingresos, o triplicar la velocidad en que pierdes peso, o sencillamente triplicar tu felicidad. Apuesto a que piensas que sería estupendo. Y más aún si te dijera que es posible en menos de 5 minutos.
Pues esto es lo que sucedió hace un par de semanas con un niño de unos 7 años, y si ese niño pudo, ¿por qué no podrías tú?
Esta es la historia real de lo que sucedió.
Como cada semana aparto un determinado tiempo para hacer algo de deportes, en especial baloncesto y natación. Ese día fui a jugar baloncesto pero curiosamente ninguno de mis amigos había ido. Era algo extraño. Por un momento pensé en volver inmediatamente a casa pero tuve la sensación de que debía quedarme a practicar, aunque sea solo. Además, unos cuantos minutos dedicados a la práctica de tiros libres no me vendrían mal.
Empecé a practicar solo cuando de pronto vi que un niño de unos 7 años, al que llamaré Carlos, entró en la cancha y se acercó a mí. Me preguntó si me molestaba que hiciera el también unos tiros, a lo que obviamente le respondí que no. Inmediatamente le pasé el balón y me puse a observar.
Ya, ya lo sé, y a mi ¿qué más me da cómo juega el niño? yo estaba allí para mis prácticas, pero bueno, no lo puedo evitar. Debo reconocer que siento un irrefrenable instinto de analizar a todas las personas y situaciones que tengo alrededor.
Pero bueno, en fin, siguiendo con el relato, observé la manera en que Carlos jugaba. Pude observar su mirada, sus gestos, su actitud durante el lanzamiento y después de él, incluso el cambio que había en su rostro según si encestaba o no. Me resultó muy llamativo. Me parecía poder leer lo que él pensaba y sentía viéndole jugar.
Y como si esto fuera poco, al poco de llegar él llegó otro niño que por lo que se veía era amigo suyo. Este último chico también preguntó si podía jugar y se unió a nuestro pequeño equipo. Este segundo niño también hacía tiros al aro pero su actitud no era la misma que la del primero. Podía ver algo especial en la actitud del primer chico, ya que parecía realmente inmerso en lo que estaba haciendo.
Y aquí viene el primer paso para lograr grandes resultados, algo que Carlos ya tenía y que serviría de base a todo lo que vendría luego: poner verdadero interés en lo que se hace.
El primer niño tomaba el balón, miraba al aro, que por cierto, debido a su pequeña estatura parecía estar a kilómetros de él, pero aun así lo tomaba en serio. Parecía coger fuerzas, sujetar la respiración y tomando impulso y con toda su fuerza empujaba el balón para arriba. Aun así casi nunca encestaba.
No obstante todo el interés que ponía yo veía cosas en él, sabía en qué estaba fallando y no podía resistir más la tentación de enseñarle algo. Esa base de la que hablaba, el interés, él ya lo tenía pero le faltaba dos cosas que también eran indispensables.
Entonces fue cuando decidí tomar cartas en el asunto y tomé el balón cuando estaba cerca de mí, giré hacia él y le miré a los ojos. Tomé el balón con una mano y estiré el brazo hacia él acercándole el balón, y le dije: “hay algo que debes recordar siempre en tu vida, y que no es válido sólo para el baloncesto, sino para cualquier cosa que hagas. Cuando hagas algo, hazlo con seguridad. No dudes. No estés pensando que fallarás, que saldrá mal, que no eres capaz, o que no estás hecho para ganar. Sencillamente hazlo con la seguridad absoluta de que sí eres capaz y sí, hazlo con seguridad en ti mismo”. Él me miró como si nunca nadie le hubiera dicho algo así. No puedo olvidar esos ojos que reflejaban un enorme poder despertándose en él. Recuerdo perfectamente cómo miró hacia el aro y parecía por su rostro que dentro se despertaba un tsunami de poder. Tomó el balón, y como con una determinación voraz lanzó y sí, encestó. Fue corriendo y tomó de nuevo el balón y volvió a lanzar y volvió a encestar. Él mismo se sentía imparable, hasta que su amigo le dijo algo como “bueno, ya vale, no eres Michael Jordan, suelta el balón que no vas a poder meterlas todas”.
Fue entonces cuando supe que era el momento exacto para enseñarle la segunda lección. Tomé de nuevo el balón para llamar su atención, le miré y le dije: “en la vida siempre habrá personas que te dirán que tus sueños son irreales y que no puedes lograrlos, que no vale la pena. Sencillamente no les escuches”. Le pasé el balón y como con una llama inextinguible se puso a jugar, logrando encestar 3 veces más de lo que estaba haciendo hacía menos de 5 minutos atrás.
Lo interesante de lo vivido en aquellos minutos es que no se aplica sólo al baloncesto, sino a nuestra vida en general. Tú y yo podríamos mejorar enormemente nuestros resultados siguiendo estos sencillos principios. El poner interés en lo que sea que hagamos abre la puerta a nuestro deseo de aprender y mejorar, y cuando ese deseo lo tenemos es muy difícil que nos detengan. Si tenemos seguridad en nosotros expandiremos nuestros límites, llegando a sitios a los que nunca habíamos pensado que llegaríamos. Y qué bien nos irá la vida si recordamos continuamente que no debemos escuchar a la gente que quiere que nos demos por vencidos, que quiere vernos derrotados, que quiere ver cómo dejamos pasar la vida sin que disfrutemos de los resultados que podríamos disfrutar.
Hoy en día cuando me siento desanimado ante una tarea, sin fuerzas, inseguro de mí mismo, recuerdo al pequeño Carlos, su mirada y su fuego interno por encestar aquel balón, y me contagio de esa misma energía y recuerdo que yo mismo debo aplicar en mi vida las cosas que le enseñé en esos pocos minutos.
No sé si Carlos se acordará de las cosas que le dije ese día, ni si será un gran jugador de baloncesto, o si será una persona exitosa cuando sea mayor. Sólo los que estuvimos esa tarde en esa cancha casi vacía sabemos lo que aprendimos. Pero algo sí sé, que si ponemos en práctica estos principios lograremos triplicar nuestros resultados en casi cualquier aspecto en nuestra vida. Está en nuestras manos, de nosotros depende. Ojalá que esta historia real de lo ocurrido pueda servirte a ti para que te acerques un poco más hacia esa vida que sueñas. ¿Aplicarás estos principios en tu vida? Espero de todo corazón que sí, porque nadie es “cualquiera”, cada uno es especial, y tú no eres la excepción.